Para volver a casa, Adela debe caminar dos horas. Antes de volver, ha debido caminar dos horas más hasta la escuela. Este año ha iniciado el bachillerato en San Juan de Opoa: quiere ser abogada «para hacerle justicia a las personas pobres, para ayudarle a su familia y salir de la pobreza».
Tiene 22 años, vive en condiciones de empobrecimiento y con una discapacidad que la ha acompañado a lo largo de su vida: sus derechos de inclusión, igualdad, protección, educación y vivienda digna, han sido violentados. El simple hecho de asistir a la escuela ha sido duro, porque en Honduras hay muy pocas escuelas de educación especial.
Su comunidad es uno de los sitios más áridos de Lempira, no tiene fuentes de agua, la agricultura es escasa, los animales domésticos son pocos, y las posibilidades de trabajo son casi inexistentes (la tasa de desempleo juvenil en Honduras alcanzó un 62.8% en 2018; unos 2.7 millones de hondureños en edad productiva, están desempleados, según datos de la Secretaría de Trabajo):
«Le gente aquí vive como puede. Yo no tengo trabajo, mi mami trabaja aquí en la casa y mi papi ya está muy mayor, tiene 80 años y, desde que tuvo un accidente que le arruinó una pierna, ya no puede trabajar».
Su aldea —dice— está demasiado lejos. El camino que recorre cada día para ir hasta el pueblo más cercano está lleno de piedras, polvo, vegetación seca y un sol apabullante. Adela sabe que el sacrificio será duro, pero no tiene miedo de seguir. Su familia le dice que olvide esa idea de estudiar (que mejor busque trabajo), y aunque las muletas de madera le hayan dañado las axilas de tanto caminar, ella sigue adelante.
Cada vez que camina, siente cómo la muleta «le va labrando la axila». Sufre una malformación congénita en su pierna izquierda, que no se desarrolló por completo y llega hasta la rótula. No tiene pantorrilla, por lo que, caminar largas distancias, es un enorme reto.
Además de ser una estudiante destacada, es activista líder de su comunidad. Es parte del patronato comunitario de su caserío que administra los fondos del proyecto de “Primera Infancia” de Plan International, donde se desempeña cotizando y seleccionando proveedores para la construcción del aula de educación prebásica.
También es vicepresidenta de la Red de Jóvenes del municipio de Las Flores, pertenece a la Red de Personas que Viven con Discapacidad, y el año pasado tomó posesión como alcaldesa por un día en la municipalidad de Las Flores, en una actividad auspiciada por la Dirección Departamental de Lempira y Plan International Honduras, una institución que, en sus propias palabras, «ha sido importantísima para ella».
Plan International le ha colaborado con medicamentos, con material didáctico para que continúe sus estudios, la ha incluido en los procesos de formación artística, en la campaña de Niñas con Igualdad para la toma de decisiones, y actualmente patrocina a uno de sus hermanos menores:
«Mi familia es familia Plan, tengo un hermanito que es patrocinado por ellos. Creo que, si no fuera por Plan y otras instituciones como el instituto Juana Leclerc, tal vez ni siquiera hubiera terminado la escuela. Me he sentido muy incluida por Plan, y me gusta bastante esa campaña de “Niñas con igualdad”, porque todos somos iguales».
A pesar de sus dificultades, Adela intenta ser cordial y alegre con todas las personas. A menudo sonríe, pero las comisuras de su boca delatan un rostro triste. «La verdad, a veces me pongo un poco triste, pero sé que ya me falta poco, y que, con lo que he aprendido, puedo llegar mucho más lejos de lo que yo misma creo. Por eso no me voy a rendir hasta lograrlo todo».